
El otro día me hacías reír cuando me decías que ¡estas cartas que nos escribes es la mejor herencia que nos puedes dejar! Jajaja. Me hizo gracia este comentario tan serio y como de otra época, porque no te pegaba nada. Por eso pensé que el próximo post iría para ti, que tanto los valoras. Además te mereces algo especial porque este año, si Dios quiere y el covid lo permite, te casas. Y eso son palabras mayores.
Pensé pues en escribirte algo bonito sobre el matrimonio: cualidades, fines y otros pormenores del matrimonio. Pero recordé que en el cursillo prematrimonial os lo van a explicar muy bien y cambié de idea. Te voy a escribir de algo -igual de importante- que os puede resultar muy útil en algún momento de vuestra vida en común y de lo que posiblemente nadie os hablará.
Se trata de lo que podríamos llamar -emulando a los santos- “la noche oscura de la relación” o también “la noche oscura del matrimonio”.
Ahora os casáis muy enamorados y con mucha ilusión de formar un matrimonio, una familia. Por fin viviréis juntos y no tendréis que pasar los fines de semana por las tardes de casa en casa. ¡Al fin vivir juntos para siempre!
Y así es, el matrimonio es una fuente de alegría y felicidad en muchos momentos de nuestra vida, pero tenéis que contar con las “noches oscuras” de la relación.
Antes o después vendrán épocas (pueden ser unos días, meses e incluso años) en las que todo se ve negro. Parece que ha desaparecido el amor. O tú no sientes nada o te parece que es el otro el que pasa de ti y no te quiere, o ambas cosas a la vez. Se sufre mucho y te hace sentir muy sola y desgraciada. Ya nada es igual de lo que era. Ya no tienes ilusión de llegar a casa y estar a solas con él. Es más, no sólo no tienes ilusión, sino que te produce malestar, desasosiego y posiblemente rabia e incluso sientas que le odias. La cabeza empieza a analizar todo y se pierde la naturalidad y sencillez en la relación. Se entra en una situación llena de suspicacias, en la que ya se presupone que el otro es el malo y va a por ti. De esta manera se entra en un bucle en el que la espiral de la desconfianza y malestar va en aumento.
Es entonces cuando muchas parejas empiezan a considerar su matrimonio un fracaso. Con frecuencia no han oído decir a nadie que eso es normal, que les pasa a todos, o casi a todos los matrimonios en algún momento de su relación. Se sienten ambos desgraciados y se culpan mutuamente de su desgracia. Sufren muchísimo y es horrible cuando se alarga en el tiempo. Terminan no viendo otra salida que la ruptura, porque no conciben y les parece imposible volver a ser felices con esa persona.
A veces esta situación la produce un hecho concreto, pero la mayoría de las veces son pequeñas cosas no resueltas en su momento.
Conocí un matrimonio que vino a verme por un asunto profesional y me contaron que tenían una situación típica de “noche oscura” demasiado larga. Llevaban 14 años y medio casados y tenían 3 hijos. Estaban en pleno proceso de divorcio y el marido tenía una orden de alejamiento de los niños. Ella me explicó que el último año había sido un calvario: su marido llegaba tarde a casa, a veces un poco bebido, no se implicaba en la educación de los hijos, estaba siempre enfadado y a ella le hablaba mal y sin respeto. Ella no podía más y un día que el marido empujó a uno de los niños, ella salió corriendo a denunciarle. A raíz de entonces el padre tuvo la orden de alejamiento. Ella reconocía que se había pasado en la denuncia y quiso ir a retirarla, pero le aconsejaron que no lo hiciera porque le beneficiaba a ella para el posible divorcio y la custodia de los niños.
Después hablé con el padre y me explicó que lo estaba pasando fatal. Adoraba a sus hijos y no podía acercarse, su mujer le trataba fatal desde que perdió el trabajo y él retrasaba la vuelta a casa por las tardes y a veces bebía más de la cuenta.
Los 13 primeros años habían sido muy felices juntos. El marido trabajaba en una empresa familiar que se fue a pique. No sólo se quedó sin trabajo, sino también se rompió toda relación con la familia de la esposa, dueños de la empresa. A partir de entonces empezaron los problemas.
Para ella, él era horrible. Pero reconoció que el mal marido, lleno de faltas y vicios, había empezado a serlo desde que perdió el trabajo, hacía un año. Los 13 años anteriores, no tenía queja de él. Había sido un buen padre y marido.
Es muy curioso que durante 13 años vivan felices, valorándose y respetándose, y de repente se hayan convertido en dos personas malísimas, llenas de odio y unos monstruos. Así es como se veían ahora el uno al otro.
Por situaciones externas habían entrado en un problema que les superó y no pudieron afrontarlo juntos y en armonía. Cuando se entra en un ciclo así, en el que empiezas a cambiar tu visión del otro y te parece todo horrible en él, es el momento de utilizar la cabeza y el sentido común y pensar que no estás siendo objetiva.
Siempre que no puedas apreciar las cosas buenas de tu marido o mujer, que sólo le veas lo malo, debes recapacitar. Tu cónyuge, posiblemente y salvo excepciones, no será ni tan ideal como le veías en la época del enamoramiento ni un ser lleno de defectos, malo y despreciable como le ves ahora.
En las “noches oscuras” se puede perder esa objetividad y ver sólo lo malo de tu pareja; te vuelves incapaz de ver en el otro nada bueno. Eso hace que se entre en una dinámica de malas contestaciones, morros, desprecios, malos pensamientos hacia el otro y a veces peores comentarios y hechos. En fin, un desastre.
Esto genera mucho sufrimiento, es un calvario. Peor -diría yo- que una mala enfermedad. Además no puedes compartirlo con nadie y eso hace que el sufrimiento sea mayor. ¡Y siempre disimulando tanto de cara a los hijos como de cara a familiares y amigos! Puedes no ver el final del túnel y, si no estás bien aconsejado o en el ambiente que te rodea es lo habitual, puedes terminar pensando que el final del sufrimiento pasa por la ruptura.
He conocido a varias parejas en este estado y da mucha pena. Llegados a esa situación, es el momento de pensar que merece la pena salvar el matrimonio, que no estás siendo objetivo y realista, que tu marido o mujer está manifestando lo peor de él o ella, pero que él o ella no es así, ni tú tampoco eres así. Que puedes recuperar lo perdido y volver no sólo a convivir cordialmente, sino volver a estar enamorado y muy feliz. Sí, digo bien, cuando pase esa etapa vas a volver a ser muy feliz.
¿Y cómo salir de este túnel? Primero, intentar no contarlo fuera. Es muy duro pasarlo sólo, pero en el momento que rompes la frontera de “que no se sepa”, pierdes las ganas de luchar, nada te frena, puesto que los demás ya lo van sabiendo. Además, siempre habrá una “buena amiga”, bien intencionada, que te diga que el camino más fácil y cómodo es el divorcio. Y es verdad, es el más fácil y cómodo, pero pienso que en la mayoría de los casos no es el mejor ni el que te va a hacer más feliz.
Es el momento de cambiar la dinámica: se puede forzar una frase cariñosa que “no pega nada” y que cuesta, pero qué si no es a la primera, posiblemente a la segunda o tercera vez de decirla, acabe produciendo una reacción positiva en el otro.
Es el momento de ser valiente un día y decirle: “lo siento, no sé qué me está pasando, lo mal que lo estamos pasando este año o estos últimos años, nos estamos destrozando y amargando la vida, pero yo he apostado por ti y aunque ahora no veo nada claro y me encuentro fatal, quiero que sigamos siendo una familia”.
No podemos dejar a la cabeza regocijarse en la desgracia, caer en el victimismo y hacernos los mártires.
Y si no lo vemos posible o no sabemos cómo empezar, es el momento de acudir a algún especialista que nos guíe y acompañe. Un especialista de los que sabes que te va a ayudar como prioridad a luchar por tu matrimonio, porque, créeme María, SIEMPRE MERECE LA PENA SALVAR EL MATRIMONIO .
Por supuesto que por los hijos, pero sobre todo por nosotros mismos. Recuerda que, pasadas esas crisis, se sale más reforzado y vuelves a ser feliz; aunque cuando estás en el hoyo más profundo te parezca imposible volver a serlo con él.
Una vez superado, en la mayoría de los casos volvemos a ser felices, y un día, ya de mayores, cuando tenernos el uno al otro sea lo más maravilloso que nos puede pasar, podremos recordar con cariño: “¿Te acuerdas de aquel año que pasamos tan horrible? ¿Y qué nos pasó? Pues no me acuerdo, debió ser alguna tontería, éramos tan jóvenes…”
¡Muchas felicidades María y Víctor! estáis teniendo un buen y bonito noviazgo y con la ayuda de Dios tendréis un buen y bonito matrimonio .
Un besazo
Mamá