Querida mamá:
Nos pides que te escribamos, esta vez nosotros, unas notas de cómo ha sido nuestro confinamiento. Cómo hemos llevado y qué hemos sentido al pasar más de 40 días en “arresto domiciliario”. Los 5 juntos las 24 horas del día. Como tantas familias españolas, sin salir del piso.
Primero te digo que, gracias a Dios y a la familia, hemos tenido el piso de C. vacío para usar nosotros. De esta manera podíamos subir a trabajar allí respetando un horario y también dormía allí nuestra querida Mireyda, que tanto nos ha ayudado. Por eso creo que hemos sido unos privilegiados y hemos salido bastante airosos.
Por otra parte, te diría lo que ya hemos hablado varias veces. Que mi resumen es… que no quiero que terminen estos días. Creo que ahora lo llaman el síndrome de la cabaña, je je je.
Sí, por un lado da gusto salir, poder pasear y todo eso. Me encanta estar en la calle. Pero por otro, es un lujo el que nadie ni nada nos haya distraído ni absorbido durante muchos días de lo más importante: tenernos sólo para los 5 ¡Más convivencia familiar imposible! No teníamos que pensar dónde íbamos el fin de semana, sin la manía de que el fin de semana hay que aprovechar para planes, entradas, salidas, …
Y es que a veces nos parece que no hacemos bien si no organizamos y nos liamos en planes varios de niños y matrimonios continuamente.
Gracias a esta convivencia obligada y tan concentrada, hemos descubierto, por ejemplo, que nuestra pequeñina es todavía muy caprichosa, y que ya no es tan bebé. Igualmente escuchábamos “los asuntos” por los que rezan cada noche los dos mayores ahora que teníamos tiempo de hacerlo en voz alta y con calma.
Nos hemos dado cuenta de que lo que realmente quieren estos peques no es ni tiempo de calidad, ni historias.
Paulita nos lo dejó bien claro. Nos sorprendió la primera semana (cuando nosotros y toda la sociedad estábamos consternados y angustiados) comentando en el desayuno lo feliz que era con el coronavirus ya que ¡Todos estábamos juntos todo el día!
Contaban los días que faltaban para que me “despidieran un poco” (así les había explicado que posiblemente me harían un ERTE parcial)
Con más tiempo y tranquilidad fui reflexionando sobre lo difícil que es educar. Se necesita mucha calma para responder a todas las preguntas de los hijos (y eso que son menores de 7 años).
He aceptado que por las prisas frecuentemente suelo ir cortando sus preguntas, a veces doy respuestas rápidas perdiendo así la oportunidad de convertirlas en ocasiones de intimidad con ellos.
Descubrí que educar era un trabajo a la vez difícil y apasionante. Posiblemente sea nuestra tarea más importante y a la vez la más bonita, nuestra misión en la tierra.
He observado lo fácil que es cometer errores. Y también que no puedo agobiarme por descubrir mis meteduras de pata. Es más, las meteduras de pata, enfocadas desde la humildad y el cariño, son fácilmente convertibles en oportunidades educativas.
Qué bonito comprobar que el mundo exterior puede estar paralizado pero dentro de casa nuestro mundo vive a 200 por hora.
La vida seguía y no echábamos de menos nada. Nos hemos seguido arreglando, los mayores, los niños poniéndose el uniforme de lunes a viernes, esforzándonos por trabajar todo lo que podíamos. También distinguiendoy celebrando cuándo llegaba el fin de semana: mantel más bonito, chocolate para desayunar el domingo, pizza y peli el viernes, tardes de karaoke, de jugar al juego de las familias, a la gallinita ciega, cine con proyector y palomitas, bizcocho, puzzle de Pepa Pig, juegos de palabras, rezar el rosario en familia, encargos, happy’s, felicitos, deberes, …
En fin, el mundo paralizado pero nuestro mundo más rico que nunca, aunque más lento de lo normal.
Frente a esto, es muy triste ir viendo tanta gente que ha muerto. Gracias a Dios en nuestra familia no pero sí en familias cercanas. Ésa es la mancha y lo horrible en toda esta situación, porque si no fuera por eso (y por lo que le viene a nuestra economía como país) esto hubiera sido el planazo de nuestra vida (¡eso no quita que tengamos muchísimas ganas de veros!).
Yo no he estado muy asustada por la situación de la pandemia.
Al principio más preocupada por si podíais cogerlo papá y tú, pero más tranquila según pasaban los días y estábaisbien.
He pensado mucho sobre la muerte y de forma más natural que nunca. He caído en la cuenta de que es mucho más cercano de lo que podemos pensar, tengamos 30 u 80 años.
Fui meditando y haciendo mía una frase que leí hace poco y me encantó: “Los cristianos tenemos que vivir sin miedo porque lo peor que puede pasarnos es morir y despertarnos en el cielo”.
Con esta frase, toda complicación está de más, no apetece ni siquiera ver las noticias, ni enfadarse, ni mucho menos cargar contra nadie… Va a ser lo que Dios quiera, y eso siempre es lo mejor para los que confiamos en Él.
Y no son palabras bonitas o animantes, es que es así.
He dado y sigo dando muchas, muchas gracias a Dios por tenernos unos a otros. Por este marido, por estos hijos, por estos padres y hermanos… por cada uno.
En lo más extraordinario (poco hay más extraño que una pandemia) hemos descubierto lo más ordinario.
Lo hablábamos J y yo muchas veces estos días. Yo encantada de que esto durara más y él no tanto. Siempre más consciente de todo y preocupón (también porque el más listo o quizás el más previsor, siempre sufre más).
Y como no todo es perfecto en esta vida, también ha habido más gritos de los que hubiéramos querido.
Peleas de hermanos, enfados, imposibilidad de hablar por teléfono con alguien más de 10min (reconozco haber ido a Mercadona y tardado 2h en volver), noches de despertarnos 3-4 veces, y otras incomodidades propias de la vida misma.
Todo peccata minuta, que cuando uno es feliz no pasan de ser incomodidades de las buenas.
También estos días, mejor estas semanas, me he enamorado más aún de J.
Al trabajar en la misma habitación, he ido viviendo en directo cómo teletrabaja, escuchando cómo trata a sus compañeros, su sentido del humor en casi todo, el lugar perfecto en que sitúa el trabajo…
He estado más en su mundo y él en el mío. Nos hemos reído juntos de lo más intrascendente y hemos compartido hasta lo que soñábamos cada día, y ha sido posible gracias al confinamiento.
Algo curioso: empezamos la cuarentena casi el día del padre y terminamos casi el día de la madre. Y seguro que, dada la hora, soy la primera en felicitarte.
¡Felicidades mamá!
Ojalá haya heredado por lo menos algún gen tuyo (ya sé que no tengo el del pelo que comentábamos ayer… jejeje). Algún gen que haga que me desviva por mi marido y por mis hijos como lo has hecho tú con nosotros.
¡Te quiero mucho!