Estás dando tus primeros pasos profesionales y me dices que te escriba algo sobre educación, concretamente sobre niños acostumbrados a hacer lo que les parece , caprichosos y que creen que todo lo de su alrededor está para facilitarles a ellos la vida.
Son niños muy queridos, pero tanto, tanto, tanto… que cabe aplicar aquello de que « hay cariños que matan”.
Sí, son muy queridos repito, pero ellos no aprenden a querer porque para querer bien hay que poner de su parte, esforzarse por los demás, espíritu de servicio y si eso no se educa no sale.
Suelen ser varios los factores que llevan a esto pero sin pedalear demasiado, como diría Juan, me voy a fijar en uno muy elemental.
Acuérdate de la Navidad pasada. Fuimos unos cuantos de vosotros, papá y yo a un concierto de Melendi. Habías ganado tu primer sueldo y como sabes que nos encanta, bueno, sobre todo a mí, tuviste el detallazo de invitarnos.
Y Melendi estuvo sensacional, como siempre y además, entre canción y canción, se nos sinceró con “una lección de vida”. No sé si la gente, muy jóvenes la mayoría, captaron la profundidad del mensaje, pues se impacientaban y gritaban que empezara a cantar ya, pero desde aquí le mando un aplauso por abrirnos el corazón y transmitirnos su experiencia.
Empezó dedicando “la siguiente canción“ a una señora mayor, coaching, fallecida hacía poco, de la que contó maravillas. Le había ayudado a encontrarse a sí mismo y dijo que había puesto en su vida orden y paz donde antes había turbación y tristeza, bueno no me acuerdo exactamente de las palabras, pero venía a decir esto. Comentó que antes todos sus problemas los achacaba a los demás: lo que decían de él lo que le hacían, como se relacionaban con él… y esta señora estupenda le hizo ver que era su actitud ante los problemas y ante los demás lo que podía y debía cambiar. No podía esperar que los demás cambiaran. En su mano estaba mejorar su vida.
Comentó que desde que asumió esta idea, su vida había cambiado por completo. Ya no se enfurecía y bramaba contra los demás ante los contratiempos, sino que veía que podía hacer él para superarlos.
Y es que hay mucha gente con este taraná, que se pasa la vida echando balones fuera.
Siempre le parece que los responsables o culpables de lo que les pasa son los otros.
Si les va mal en el colegio o en la universidad es fácil que digan que tal profesor les tiene manía. Si les echan de un trabajo siempre la causa es de alguien, él todo lo ha hecho bien. En los malentendidos o peleas con algún amigo o compañero son incapaces de reconocer alguna responsabilidad por su parte, o si juegan mal a pádel y pierden es que la raqueta era nueva y claro…
Dan ganas de decirles: si el profesor te tiene manía, a lo mejor es porque tú no eres el mejor alumno. Si ya va el tercer trabajo del que te echan busca un poco la causa. Igual no sabes trabajar o tienes un mal carácter, o yo que sé. Si te has peleado con un amigo siempre puedes adelantarte a pedir perdón. Y si has perdido en pádel reconoce que posiblemente con la raqueta vieja ese día también habrías perdido, porque quizás el otro era mejor que tú.
No digo que los demás no tengan nada que ver pero lo primero, más fácil y más asequible, es que empieces a ver qué puedes cambiar y hacer tú de otra manera.
Y eso es lo que le pasaba a Melendi y a mucha gente más, y es lo que empieza a pasar ya en edades tempranas.
Qué bonito pensar cuánto podemos ayudar a nuestros hijos, para que cuando sean mayores, sean personas capaces de reconocer su responsabilidad en cualquier circunstancia y buscar una solución en ellos, no esperando siempre un cambio en los demás.
Podemos hacer la labor de la coaching del cantante pero desde que son pequeños, pues siempre es mejor llegar antes. Posiblemente ahorraremos mucho sufrimiento en su vida.
Con frecuencia, la tendencia- también de los niños- es pensar que los demás tienen la culpa de lo que a ellos les pasa. En cualquier situación conflictiva o desagradable encuentran a alguien contra quien disparar.
Y sus padres que deberían situarse en la objetividad e incluso en la mayor exigencia hacia sus hijos, les quieren tanto, tanto, que empiezan a ponerse nerviosos , pensando en el “energúmeno” (como diría nuestro Víctor) que ha hecho pasar un mal rato a su «hijito del alma”.
En vez de quitar hierro y desdramatizar, son muchas las veces en las que hacen enemigo común con su hijo.
No es difícil encontrar en el colegio padres, que llegan enfadados por lo que le han hecho a su hijo, o abordan al otro niño en la clase para recriminarle, o incluso llaman a los padres del otro niño pidiendo explicaciones… ¡Qué vergüenza!
Que vergüenza, sí, pero sobre todo ¡pobre niño consentido!
En edades superiores también les ayudaremos mucho si les acompañamos a resolver los conflictos cambiando algo de ellos mismos y no esperando que actúen los demás.
Me acuerdo de una alumna que se quejaba de que las niñas de su clase no la invitaban cuando salían los fines de semana al cine y quería que las profesoras habláramos con ellas para convencerlas de que la invitaran.
Quedamos que hablaríamos con sus compañeras (hay que ayudar a los niños a acoger a los demás) pero mucho más importante era que ella pensara qué podía producir rechazo de su manera de ser, así podría intentar mejorarlo e iría solucionando el problema de raíz. Todo lo demás era poner parches.
Tus hermanos mayores, en la época del colegio, siempre decían que no podían contarme nada de los conflictos en clase porque «siempre tenían ellos la culpa” y que para eso no me decían nada. Y tenían razón, es verdad que solía ser así. (Tranquilos chicos, dejad que me explique):
No es que siempre tuvieran ellos la “culpa“. Simplemente que lo que a mí , como madre me interesaba abordar era , su actuación y responsabilidad en el asunto.
En un conflicto con un compañero era importante lo que le habían hecho a mi hijo sí. Pero también (y frecuentemente mucho más importante) qué había hecho él mal o no tan bien o qué podría haber hecho mejor. Y eso es lo que más les costaba descubrir o reconocer. En cambio, era lo más interesante porque sobre eso teníamos que actuar.
Está claro que ese niño le había insultado, criticado, pegado o tratado mal. Pero en su compañero, él y yo no podíamos hacer nada. Me imagino- les decía, -que ese niño lo hablará y gestionará con sus padres o tutor, pero tú y yo vamos a ver qué le ha podido llevar a esa actitud y qué has tenido tú que ver en el bofetón que te ha dado por ejemplo. A lo mejor le has provocado, o ignorado (queriendo o sin querer). Seguro que algo hay mejorable, y además siempre puedes optar por pedirle perdón.
Sí, PERDÓN. Aunque creas que él tiene la culpa. Posiblemente él piense que la tienes tú. Es un problema de percepción y alguien tiene que dar el primer paso.
Seguramente esta actitud no les gustará mucho a tus hijos o tus alumnos.
Les puede parecer que te pones del lado de la otra parte y que no les comprendes. También es fácil que ya no te vayan a contar cada percance del colegio. Pero creo que no importa, no hace falta que te lo cuenten todo. Primero porque así, con los pequeños sufrimientos, irán madurando y resolviendo ellos sus pequeños (para ellos grandes) conflictos. Además te verán ecuánime y justa y en un momento dado, cuando el problema sí que sea grave, es muy posible que recurran a ti.
Me genera un poco de desconfianza cuando las madres explican que sus hij@s en primaria y pre adolescencia les cuentan todo. Posiblemente sí que les van contando las mil incidencias del día a día. Pero posiblemente también, en ese «todo» no hay nada que recriminarles a ellos, y eso es… un poco extraño. Lo normal es que cuenten su versión de amigos, clase, profesores y demás. Y en esa versión ellos suelen ser como el Ángel de la Guarda y el que lo hace mal y sale trasquilado suele ser el otro .
Además, ni una madre ni un padre tiene que buscar la amistad con sus hijos directamente.
Pero eso sí, tienen que ser tan coherentes, imparciales y cariñosos que los hijos les ofrezcan esa amistad cuando vayan madurando. Es raro y difícil que haya amistad con los hijos adolescentes pero el objetivo está en ser amigos en la madurez.
Tu hermana Inés me decía, cuando era una loca adolescente: «Mamá, me riñes tanto que vamos a perder la confianza «. Igual sí que me pasaba con ella, era la mayor, y yo muy pesada y primeriza. Pero recuerdo que (sin haber pensado mucho en el asunto, la verdad,) le decía: “Más vale que la perdamos ahora a que, por conseguirla cediendo, la perdamos después para siempre».
Todas estas actitudes, de excesiva comprensión, diríamos, muchas veces son el resultado de que a las madres nos dan pena nuestros hijos. Nos dan tanta pena que no queremos que sufran y además nos parece n los mejores del grupo. Esto, que puede ser muy humano, muy de madre, debemos ponerlo en su sitio. Ni es real ni puede interferir en su educación.
Por eso, queridos hij@s, no dejéis que os den pena vuestros retoños, al revés, si alguna vez sentís pena en alguna situación concreta, pensad enseguida en que todos son unos privilegiados, que pertenecen a un tanto por ciento, pequeño, de niños con suerte, han nacido con todas las necesidades super cubiertas y en una familia en la que se les quiere mucho ¿pena de qué? Lo que necesitan es fortalecerse y si no les dejamos que pasen su cuota de pequeños sufrimientos, a la larga lo lamentarán ellos y nosotros. Y no son perfectos. Tienen todos muchas cosas que pulir, mejorables, que les vamos ayudando a descubrir.
Sólo desde este punto de partida llegaremos a buen puerto.
Y es que vuelvo a repetir, “hay cariños que matan”.
Cuánta razón! Y qué bien escrito:) Gracias por compartir tus experiencias!!!
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Que razón tienes Conchita!!😘
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